El objetivo de la vacunación es imitar la respuesta inmune que provoca la infección natural, mediante mecanismos similares a los que ocurren en un proceso infeccioso. En principio, la vacunación implica una intervención sobre una persona sana y, por tanto, conlleva un riesgo. Y esta idea puede resultar difícil de asumir por algunas personas. De hecho, el movimiento anti-vacunas es casi tan antiguo como las propias vacunas. Ya en el siglo XIX, médicos alemanes firmaron un manifiesto contra la vacuna de la viruela.
Hoy en día este movimiento es asumido básicamente por dos tipos de colectivos: por un lado, grupos religiosos integristas y, por otro, usuarios y profesionales de la medicina naturista.
El discurso anti-vacunas se basa en que las vacunas no son necesarias porque protegen contra enfermedades que ya apenas existen en nuestro entorno. Ni tampoco son eficaces, ya que si las enfermedades infecciosas casi han desaparecido es porque el estado de salud de la población ha mejorado. Algunos defienden la idea equivocada de que los riesgos que acompañan a la vacunación superan a los que causa la propia infección adquirida de forma natural, o que la inmunidad natural que logra el propio organismo cuando pasa la enfermedad, es mejor que la inmunidad “artificial” inducida tras la vacuna.
Lo cierto es que si no se utilizaran las vacunas, habría muchos más casos de enfermedad, más efectos secundarios graves y más defunciones. Por citar solo algún ejemplo, cuando el sarampión se pasa de forma natural ocasiona neumonía en 1 de cada 20 pacientes, encefalitis en 1 de cada 2.000 y muerte en 1 de cada 3.000 (en países industrializados) o hasta 1 de cada 5 en los casos de epidemias en países en desarrollo. La vacuna del sarampión puede producir encefalitis en 1 caso por cada millón de vacunados o reacciones alérgicas en 1 de cada 100.000 dosis de vacuna antisarampionosa. Y aunque cualquier caso de afección grave o muerte por una vacuna es lamentable, es evidente que las ventajas de la vacunación superan con creces sus riesgos.
Hoy en día este movimiento es asumido básicamente por dos tipos de colectivos: por un lado, grupos religiosos integristas y, por otro, usuarios y profesionales de la medicina naturista.
El discurso anti-vacunas se basa en que las vacunas no son necesarias porque protegen contra enfermedades que ya apenas existen en nuestro entorno. Ni tampoco son eficaces, ya que si las enfermedades infecciosas casi han desaparecido es porque el estado de salud de la población ha mejorado. Algunos defienden la idea equivocada de que los riesgos que acompañan a la vacunación superan a los que causa la propia infección adquirida de forma natural, o que la inmunidad natural que logra el propio organismo cuando pasa la enfermedad, es mejor que la inmunidad “artificial” inducida tras la vacuna.
Existen movimientos que rechazan el uso de vacunas esgrimiendo argumentos que van desde dudar de su eficacia o seguridad hasta otros de cariz más moral o religioso |
Lo cierto es que si no se utilizaran las vacunas, habría muchos más casos de enfermedad, más efectos secundarios graves y más defunciones. Por citar solo algún ejemplo, cuando el sarampión se pasa de forma natural ocasiona neumonía en 1 de cada 20 pacientes, encefalitis en 1 de cada 2.000 y muerte en 1 de cada 3.000 (en países industrializados) o hasta 1 de cada 5 en los casos de epidemias en países en desarrollo. La vacuna del sarampión puede producir encefalitis en 1 caso por cada millón de vacunados o reacciones alérgicas en 1 de cada 100.000 dosis de vacuna antisarampionosa. Y aunque cualquier caso de afección grave o muerte por una vacuna es lamentable, es evidente que las ventajas de la vacunación superan con creces sus riesgos.
Ya, pero tengo entendido que los grupos antivacunas tienen otro argumento de mayor peso, y es la peligrosidad de alguna sustancia presente en la composición de las vacunas, como el tiomersal (sospechoso de causar autismo) que contiene MERCURIO. Será cuestión de tiempo que se reformulen o dejen de utilizarse.
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