Las vacunas aprovechan la sofisticada red defensiva que tiene nuestro cuerpo para luchar contra la invasión de diferentes microorganismos. Para entender cómo consiguen hacerlo antes debemos conocer cómo funciona nuestro sistema inmunológico.
Cada vez que un patógeno consigue penetrar en nuestro organismo dos mecanismos distintos se ponen en marcha: la inmunidad innata y la inmunidad adquirida. La inmunidad innata es la responsable de la respuesta más rápida ante la invasión (aunque también la menos potente). Las células encargadas de la inmunidad innata tienen la capacidad de reconocer distintas moléculas de los patógenos que los distinguen de nuestras propias células. Nuestros mecanismos de inmunidad innata pueden detectar, por ejemplo, componentes de la superficie de los microorganismos o proteínas y ADN característico de las células atacantes.
Cada vez que un patógeno consigue penetrar en nuestro organismo dos mecanismos distintos se ponen en marcha: la inmunidad innata y la inmunidad adquirida. La inmunidad innata es la responsable de la respuesta más rápida ante la invasión (aunque también la menos potente). Las células encargadas de la inmunidad innata tienen la capacidad de reconocer distintas moléculas de los patógenos que los distinguen de nuestras propias células. Nuestros mecanismos de inmunidad innata pueden detectar, por ejemplo, componentes de la superficie de los microorganismos o proteínas y ADN característico de las células atacantes.
Una vez se ha detectado la invasión, se desencadena una serie de respuestas para destruir el patógeno. Para hacerlo, disponemos de proteínas que crean poros en la superficie de las células de los microbios destruyéndolas y también células encargadas de fagocitar (comerse) elementos extraños. Este tipo de células, entre las que se encuentran los macrófagos y los neutrófilos, son especialistas en internalizar microorganismos y digerirlos en su interior.
Pero además de este tipo de defensa, cuando nuestro sistema inmune detecta la presencia de células invasoras, empieza a trabajar en una respuesta mucho más específica, la inmunidad adquirida, diseñada especialmente para combatir la infección que nos amenaza. Ésta puede llegar a tardar una semana en desarrollarse. Los encargados de detectar la amenaza son unas células llamadas linfocitos T. Algunos de estos linfocitos se dirigirán al lugar de la infección para ayudar a las células fagocíticas a luchar contra los microbios. Otros se ocuparán de activar a los linfocitos B, unas células de la misma familia encargadas de producir anticuerpos contra los microorganismos infecciosos.
Los linfocitos T activan los linfocitos B, que a su vez producen anticuerpos para luchar contra la infección |
Una pequeña parte de los linfocitos, no obstante, se convertirán en las llamadas células de memoria, capaces de responder de forma mucho más eficiente ante un patógeno que ya nos haya infectado en alguna ocasión. Esta capacidad de nuestro cuerpo para responder eficazmente ante antígenos que ya hemos detectado antes, es la base de la inmunización.
Cuando nos ponemos una vacuna, estamos introduciendo en nuestro cuerpo antígenos que van a ser detectados por nuestro sistema inmune y van a ser capaces de generar células de memoria especificas para luchar contra la infección real de un patógeno determinado.
Cuando nos ponemos una vacuna, estamos introduciendo en nuestro cuerpo antígenos que van a ser detectados por nuestro sistema inmune y van a ser capaces de generar células de memoria especificas para luchar contra la infección real de un patógeno determinado.
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